Crónicas perrunas 3






Ahora mismo, a ratos juego con el perro, a ratos escribo. El pequeño perrillo es un ser fantástico. Mueve la cola y me mira, juguetón, diciéndome con esa mirada que irá conmigo a cualquier lugar, bueno o malo. Que siempre quiere hacerme sonreir, y que soy todo lo que tiene. Le devuelvo la mirada y le digo que también, que en realidad lo único que tengo es él, que también quiero que esté siempre bien, feliz si es posible, y que iré con el a donde quiera que la vida me conduzca, la gloria o la ruina.

Nos buscamos, nos cuidamos, porque nos vemos por dentro y por fuera. El lo sabe todo, sin necesidad de contárselo. Acepta todo como viene, sin desechar nada. Su pequeño corazón no entiende de subterfugios, es sencillo y directo y no escatima en dedicarse a aquel a quien está conectado, que tengo la fortuna de ser yo.

Es una suerte contar con alguien que estará contigo hasta el final, da igual que sea humano que no. A veces es incluso mejor que no sea humano. Las personas, a menudo perdidas en enmarañados laberintos de racionalidades confusas y hasta  equívocas, somos un poco más volubles y más peligrosas. Un perro que te elige como la persona con la que estar por siempre, es como si la vida te premiera con un don especial, que es una responsabilidad, pero una dulce responsabilidad que proporciona incontables instantes felices a dos seres vivos en su breve paso por la tierra.

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