Cuando pican los recuerdos






Al igual que a algunos de vosotros, me pilla sin proponérmelo, sin previo aviso, cuando estoy leyendo, escribiendo, tomando algo, o viendo la tele. Estás viendo o haciendo algo, y en un microsegundo te sorprendes asomando por la puerta del pasado. Lo malo, o lo bueno, que se yo, es que yo no sólo me asomo, procuro hacer un recorrido completo, recreándome en las escenas del ayer que viví. Me remonto unos cuantos años, incluso décadas, que ya se me empiezan a juntar los años y estoy en una especie de tierra de nadie, sin ser joven ni viejo, ahí, en esa frontera, sin cruzar aún la línea, pero con una abultada colección de ayeres que rememorar para mi mismo.

Dicen que el pasado nunca vuelve, pero también dicen que la tauromaquia es un arte, la gente dice muchas gilipolleces, el pasado es una parte de nosotros y una fuerza que contribuyó a modelar nuestro ser, nuestro pensamiento y comportamiento. Ir mentalmente al pasado propio es un sano ejercio de memoria vital, por más que digan, especialmente en unos tiempos muy estridentes y con mucho efecto, pero nada significativos. El amor en la era digital, por ejemplo, se desinfla enseguida, por muchas aplicaciones que pongan de por medio. Los sonidos de reggaeton me aniquilan las ganas de quedarte en el presente, por lo que huyo despavorido a otros tiempos que conocí, más sencillos y directos, más duros en algún aspecto, pero conocidos y queridos.

Porque sin el pasado, no hay presente, es un hecho inamovible. Los lugares que conocemos tienen su historia, todo tiene su historia, que empieza a menudo mucho antes que nosotros, y la que yo conozco, que es la mía, tiene lugar aquí, en ésta misma ciudad, que ahora parece otra, con menos chispa y menos brío, pero que no deja de ser la mía, en donde reconozco los lugares de siempre aún no deformados por un urbanismo posmoderno y subnormal.

De vez en cuando, no sólo con el pensamiento, también a veces con ayuda de elementos como libros, fotos, o viejas grabaciones, como digo, aunque me va pasando con frecuencia, es un sano ejercicio el recorrer el pasado, que no tiene que resultar antagónico con el presente, aunque, bueno, algún que otro elemento del presente es una señora mierda como una catedral, aunque eso es otra cuestión que ya iré tratando si hay tiempo, me acuerdo, y me apetece.


Comentarios